El
silencio del gallo.
Llevaba tres semanas con el mismo sudor cargado de angustia; a pesar de
eso, una ducha sería una pérdida de tiempo para Carnero. Él solo miraba a
través de la ventana del departamento 34 de la calle Fortuna que no le traía nada más que nostalgia.
Maximiliano Carnero venia cada 6 meses al departamento 34; ninguno de
los inquilinos del edificio sabe realmente a que se dedicaba. Para ellos, él
solo era el excéntrico hombre de la 34 de descuidado aspecto físico que siempre
parecía estar calmado.
Sin embargo, todo es diferente. Carnero ya no será parte de esa rutina a
la que estaba acostumbrado. Cometió un error y es que en la técnica de la carne
uno no puede cometer errores. Maximiliano se alejo de la ventana y se dedicó a
ablandar la carne justo como su madre le enseñó días antes de su muerte.
Minutos después, sirenas policiales se escucharon en toda calle Fortuna.
Carnero se dio prisa en lo que hacía y trató
de no distraerse; sin embargo, podía escuchar el subir de las escaleras de los efectivos
policiales cuyas pisadas sonaban al mismo ritmo que su corazón.
Es entonces cuando la verdad se develó. Un grupo de cuatro policías tocaron
a la puerta. Toda la atención al amanecer en la calle Fortuna estaba enfocada
en el departamento 34. Una muchedumbre alrededor de tal puerta esperando
ansiosamente lo que ocultaba Maximiliano Carnero, el hombre que aparece cada
medio año. Pero, al abrir la puerta, no encontraron más que el silencio
absoluto del cadáver de un hombre adulto vestido completamente de blanco. Fue
golpeado con demasiada fuerza, pues llevaba una gran hendidura en la cabeza acompañada
de moretones. La policía no encontró rastro
alguno de Carnero. Pero lo que el vecindario estaba seguro, es que Carnero no
regresaría en seis meses.